lunes, 28 de abril de 2008

La hogaza de pan

Llego a casa tras el trabajo y sólo me espera el silencio; allí está, sentado en frente mía. El televisor apagado para ser feliz en la ignorancia, el plato de comida caliente sobre el mantelito de tela blanca y cuadros azules, el vaso de agua, los cubiertos y la servilleta, blanca con cuadros azules como el mantel. A estas horas, en las que como solo, el salón parece más grande, el piso se convierte en un inmenso palacete de inagotables pasillos y altas paredes. En una esquina del mantel está la hogaza de pan que nos trajimos de Alanís. Un trozo de pan del tamaño de un puño, quizás dos, de corteza gruesa y grisácea, miga fuerte y condensada. Aromas a leña y a horno viejo.

En momentos de soledad como este, los más insignificantes detalles son rasgos que se me clavan en la mente, pidiendo comprensión y autonomía propia. Se me vienen a la mente la tita Juana, el primo Javier, las mujeres enlutadas del pueblo, el repiqueteo incesante del campanario, el cura, las estrechas calles, el suelo sin asfaltar, la cal de las paredes…

Miro a la pantalla del televisor apagado y veo el reflejo del sol en la blancura de los muros, blancura adornada con rejas negras y verdes geranios. La habitación en la que estoy se transforma poco a poco en un gigantesco baúl de recuerdos. Isabel también está allí, está fumando un cigarro apoyada en el quicio de la puerta, está también saludando a las vecinas de pelo canoso. Mi piel recuerda el tacto de sus brazos bajo las sábanas de aquella cama de hierro forjado, bajo la estampa de una Virgen de nombre impronunciable.

Mis labios recuerdan el sabor de sus besos, sabor que se mezcla con el del arroz que llena mi plato ahora mismo. En mis oídos resuena el alboroto de la plaza del Ayuntamiento, oigo niños corretear y a lo lejos, como siempre, las campanas de la iglesia.

Corto con las manos un trozo de pan y lo mojo en la salsa del arroz, una nube de emociones me embriaga los sentidos, recuerdo la comida de la tita Juana, recuerdo la familia de Isabel sentada alrededor de aquella gran mesa de madera. Recuerdo todas esas cosas del pasado reciente y otras muchas del pasado lejano…

En mis ojos se reflejan mis abuelos, hace muchos años ya; en el patio de su vieja casa jugando con una pequeña pelota de tela rellena de algodón, mi abuela está sentada tejiendo un chaleco con lana, mi abuelo llega de la calle y trae una gran barra de pan. No tardo en correr hacía él para que me de un trozo; con sus arrugadas e hinchadas manos corta un pedazo de la barra y me lo da. Yo lo mastico incesante mientras él me acaricia el pelo, mi abuela se queja de que no almorzaré si como entre horas.

Recuerdo que llegaba mi madre a la hora de almorzar; nunca sabía de dónde venía, a veces no venía… Se sentaba en la mesa junto a mi abuelo, no me miraba, no me decía nada. Nunca me hablaba durante el almuerzo. La mayoría de las veces discutían, y los tres empezaban a gritar. Yo seguía comiendo, en aquella vieja mesa de madera, sin que nadie me echara cuenta. Mi madre se levantaba sin terminar de comer y me decía: «Mario, vamos a casa». Esas serían las únicas palabras que oiría de su boca aquel día, me tiraba del brazo y yo lloraba despiadado. Lloraba porque sabía que tendrían que pasar muchos días hasta que mi abuelo arrancara de nuevo aquel trozo de pan y mi abuela le regañara por hacerlo.

Este texto forma parte de la vida de Mario, del proyecto Las Estrellas de Tinta (véase Fragmento #63 – La hogaza de pan www.etoilesdencre.es)

1 comentario:

Rivis dijo...

el primer párrafo me recuerda tanto a mi día a día al mediodía (uy, un pareado)..de comer solo xD y se me hace la casa tan grande..uff, si fuera soltero, me compraría un piso de 30m cuadrados..en fin...hijo tendré q seguir la historia de mario..porque utilizas un lenguaje tan..."poco estandard" (a mi ver) que a veces me pierdo :S

xD pero ya sabes como soy yo, más de 3 línias seguidas, imposibles de leer xD

hugs