lunes, 9 de febrero de 2009

Maquillaje

Un día me dijiste que mi vida era la de Mario Acosta, que mi prosa era rebuscada y complicada. Que maquillaba mis palabras y cubría mis sentimientos con una capa de polvos y carmines de diversos colores. Que mi sinceridad no era del todo cierta: sinceridad maquillada, la llamaste aquel día.

Y no fue ese el primer día que me dijiste algo, ni fueron esas las únicas palabras que hicieron cambiar mi vida… Y sé que no eres el culpable, que no eres el motor de todo este movimiento, ni lo eres ni lo debes ser. Pero permíteme que en ti lo englobe todo, que en tus palabras centre mi cambio y que tus suspiros sean los que movieron mis velas.

No voy a cambiar mi prosa, ni quiero… ¡bastante he cambiado ya! No voy a deshacerme del maquillaje, ni limpiar mis mejillas de él. No voy a hacerlo, ni quiero.

Permíteme también que te cree como personaje, que me invente parte de la historia. Que invente detalles que no existieron y que convierta aquella taberna mugrosa en una playa paradisiaca perdida en alguna parte, que vimos en algún viaje que nunca hicimos. Todo esto es parte de mi prosa maquillada, permítemelo.

Porque sin ti, no sería lo que soy.

Porque convenzo al presente con nuestra historia, porque marco el futuro con nuestras anécdotas.

Porque me disgusta lo que fui y me alegro de ser lo que soy… y todo eso gracias a ti.

Porque me enseñaste a vivir el presente, a no perder las oportunidades y a no temer al futuro. Al menos, a no plantearme un mal futuro y obrar en consecuencia de ello. Miedo siempre se tiene.

Porque me enseñaste que no todo está perdido; que todo tiene arreglo, aunque no sea el que esperemos.

Me enseñaste que no vale para nada lamentarse, maldecir el pasado y el futuro. Porque cuando menos te lo esperas, la esperanza aparece.

La esperanza aparece justo en tu puerta, sin saber que era tu puerta; la esperanza te reconoce de espaldas, sin haberte visto antes.

Aunque lo que más valoro es que me enseñaste que la esperanza también sabe cuando marcharse y dejar sitio a la realidad.



lunes, 2 de febrero de 2009

Compañeros de Viaje

Ojos pegados, piernas cansadas y cuerpos colgantes sujetos al vaivén de la extraña serpiente.

Una mujer divorciada que sale a ganarse el pan, un escolar que no ha vivido lo suficiente para perder las ilusiones. Espigados y ardientes adolescentes en busca de una mirada cruzada. Un inmigrante que buscaba mejor vida y llegó equivocadamente hasta aquí. Un hombre de negocios encorbatado: mirada arrogante, vida sin sentido.

Un anciano a cargo de su nieto que mira con sorpresa al exterior, escucha con miedo el ensordecedor ruido y huele con repugnancia el sudor del grasiento hombre de su lado.

Vista de una luz amarillenta que afeaba la piel; olor a humanidad y a aceite de maquinaria pesada; gusto a un amanecer demasiado tarde o aun atardecer muy temprano; ruido de los raíles o del silbido entre las ventanillas y tacto... Tacto de una barandilla sudada por sabe quién historia anterior. Tacto por un corazón que late junto al tuyo sin haberlo visto antes...

Cinco sentidos sujetos al vaivén de la extraña serpiente. Historias en sus entrañas libres a tu imaginación. El saludo de un amigo, el detalle de un desconocido o la espalda de un testarudo. ¿Qué más da?

Todos somos iguales allá abajo, cerca del infierno. Dentro de aquella extraña serpiente...

Mario Acosta le gustaba imaginarse las vidas de la gente que entraba y salía del vagón. En cada estación llegaban nuevos y se iban otros. Siempre los mismos. Recordaba la cara de los que se bajaban en tal estación y de los que deberían llegar al vagón en cada estación… Si durante algunos días alguien faltaba, suponía que estaba enfermo. O si era un hombre triste y gris, creía que lo habían despedido… Mario se imaginaba el funeral de aquella anciana que hacía dos semanas que no se montaba en la estación de Antón Martín…