martes, 15 de diciembre de 2009

Prohibido Aparcar. Excepto Personas Preferentes

Kilómetros de sábanas, baches de algodón, cedas de sudor...

No hay STOPs, no pares...

Hay días en los que las sábanas se hacen demasiado grandes, otros días se quedan pequeñas...

A veces viajas solo, otras acompañado...

Pero lo importante es viajar, y llegar al destino.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Vuelta

Volví a recorrer aquel camino, esta vez de mañana...

Volví a sentarme en aquel banco, esta vez bajo miradas extrañas...

Volví a apoyarme en aquel árbol, esta vez con sombra...

Aquel camino que siempre recorríamos, aquel banco que recogió furiosas pasiones, aquellas pocas miradas indiscretas...

Aquel árbol que nos abrazaba cuando junto a su tronco tú me abrazabas...

Volví a recorrer todo ese camino...

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Cuando el péndulo se detiene

El agua golpea los cristales, lo quisieran romper.

Miramos temerosos cada gota, nos miramos con miedo a que el hechizo desaparezca.

Pero aquí: yo junto a ti, tú junto a mí, todo es distinto.

Quizás por el embrujo de la noche, quizás por el alcohol; no lo sé, y tú tampoco quieres saber…

Nuestras miradas se cruzaron en aquel viejo reloj de pared.

Las manecillas nos señalan con descaro, y así están desde hace tiempo. ¿Sabes por qué?

No se mueven, no se quieren mover.

No sé cuánto tiempo llevo aquí, quizás días, quizás sólo minutos. ¿Lo sabes tú?

Me pregunto si acaso hubo un antes y me horroriza el después…

Ahora escondo la llave, para que no la encuentres, no le des cuerda a la máquina…

Déjala así.

lunes, 16 de marzo de 2009

Derrotado

Con las manos aún sangrientas,
con la pólvora pegada a los labios
y con la insignia blanca que no dio tiempo a sacar…

¿Dónde estás Josefina?
Busco tus brazos por doquier.
¿Por dónde andas, Penélope?
En tu regazo me quisiera recoger.
Cleopatra, ¿estás ahí?
Como César me quisiera ver.

Penélope, Josefina, Cleopatra… ¿dónde estáis?
Dejo atrás el uniforme, el rumor de mil batallas.
El sabor de la guerra perdida, las lágrimas destruidas.
Gritos, rabia, llantos y más lágrimas… ¿dónde estáis?

Con las manos aún sangrientas,
con la pólvora pegada a los labios
y con la insignia blanca que no dio tiempo a sacar.

Derrotado, me habéis ganado...

Lo admito… lágrimas venid a mi.

jueves, 12 de marzo de 2009

El banco triste


«Y en los días de lluvia, sale a pasear hasta el banco que queda donde la estación de tren.
Y allí canta canciones para quien quiera escuchar».

Aquel banco metálico oxidado y triste bajo la eterna sombra del frondoso castaño. Tenía el respaldo de madera casi podrida y comida por las termitas. En otoño se cubría de hojas y nadie se las quitaba. En invierno, la nieve hacia que el metal se corroyese más. En primavera se ensuciaba con flores y quedaba pringoso por el polen. Así año tras año... Nadie se sentaba en él. ¡Pobre y triste banco!

Por el parque, entre matorrales y grandes árboles, se corría muy rápido la voz. Los bancos más cuidados y modernos presumían de haber albergado a importantes personas: ministros, pintores, escritores... o alardeaban de que una joven pareja se había besado sobre ellos. Hemos de entender que estos hechos tan insignificantes son la alegría para los bancos... Piensen ustedes en lo aburrida que es su vida...

Sobre nuestro banco oxidado hace años que nadie se sentaba... ¡Pobre y triste banco! Hasta que un día una mujer llegó al parque... y entre todos los bancos que allí había eligió al banco triste y oxidado. La mujer colocó el bolso a su derecha, cruzó las piernas y allí se quedó canturreando viejas canciones durante horas.

Los otros bancos del parque se sorprendieron de aquel hecho: alguien había elegido para sentarse el peor banco. El más viejo y estropeado. Está loca, dijeron. Esa mujer está loca.

A nuestro triste banco también le extrañó y quedó aún más entristecido cuando le llegaron los rumores: una loca se había sentado sobre él.

Al día siguiente, la mujer volvió a elegir al banco triste. Se descolgó el bolso, cruzó las piernas y comenzó a cantar en una voz grave y lánguida. Así se llevó horas. Y durante varios meses siempre hacía lo mismo: llegaba al parque poco antes de la puesta de sol, se sentaba en el banco bajo la sombra del castaño, dejaba su bolso a un lado, cruzaba las piernas y cantaba en voz bajita. Como si ocultara algún secreto. No faltaba ningún día: lloviese o tronase, allí estaba. Con la misma chaqueta roída de felpa: en verano y en invierno.

Nuestro triste banco era el hazmerreír de todo el parque. Y el pobre estaba sumido en una gran depresión (Sí, querido lector, los bancos también se deprimen).

Pero esto no duró mucho... Un día la mujer no apareció, y al día siguiente tampoco... Nuca más volvió al parque. Entonces fue cuando nuestro triste y oxidado banco recapacitó: sobre él nadie se había sentado hasta que llegó aquella mujer y por vergüenza o miedo a los chismorreos nunca le prestó atención. Nunca escuchó lo que cantaba. Ahora que ya hacía meses que la mujer faltaba se dio cuenta que se sentía muy afortunado por haber albergado a aquella extraña. Sobre los otros bancos se sentaba gente normal pero no prestaban la más mínima atención a los bancos: un día en este y otro día en aquel. Por el contrario, la mujer loca siempre lo elegía a él. Y cuando llovía y el parque estaba desierto, sólo nuestro triste banco estaba ocupado. Sólo aquella mujer había reparado en la existencia del banco entre la hojarasca y las sombras.

Todos, al igual que el banco, tenemos un loco dentro: una persona rara en nuestras entrañas. A veces grita y pide salir y nosotros nos negamos por vergüenza como nuestro triste banco. Dejemos salir al loco que llevamos dentro antes que sea demasiado tarde y no quede nada para cantar en voz baja.

Canción (al principio): "No paraba de llover" 2006, Nena Daconte (He perdido los zapatos)

lunes, 9 de febrero de 2009

Maquillaje

Un día me dijiste que mi vida era la de Mario Acosta, que mi prosa era rebuscada y complicada. Que maquillaba mis palabras y cubría mis sentimientos con una capa de polvos y carmines de diversos colores. Que mi sinceridad no era del todo cierta: sinceridad maquillada, la llamaste aquel día.

Y no fue ese el primer día que me dijiste algo, ni fueron esas las únicas palabras que hicieron cambiar mi vida… Y sé que no eres el culpable, que no eres el motor de todo este movimiento, ni lo eres ni lo debes ser. Pero permíteme que en ti lo englobe todo, que en tus palabras centre mi cambio y que tus suspiros sean los que movieron mis velas.

No voy a cambiar mi prosa, ni quiero… ¡bastante he cambiado ya! No voy a deshacerme del maquillaje, ni limpiar mis mejillas de él. No voy a hacerlo, ni quiero.

Permíteme también que te cree como personaje, que me invente parte de la historia. Que invente detalles que no existieron y que convierta aquella taberna mugrosa en una playa paradisiaca perdida en alguna parte, que vimos en algún viaje que nunca hicimos. Todo esto es parte de mi prosa maquillada, permítemelo.

Porque sin ti, no sería lo que soy.

Porque convenzo al presente con nuestra historia, porque marco el futuro con nuestras anécdotas.

Porque me disgusta lo que fui y me alegro de ser lo que soy… y todo eso gracias a ti.

Porque me enseñaste a vivir el presente, a no perder las oportunidades y a no temer al futuro. Al menos, a no plantearme un mal futuro y obrar en consecuencia de ello. Miedo siempre se tiene.

Porque me enseñaste que no todo está perdido; que todo tiene arreglo, aunque no sea el que esperemos.

Me enseñaste que no vale para nada lamentarse, maldecir el pasado y el futuro. Porque cuando menos te lo esperas, la esperanza aparece.

La esperanza aparece justo en tu puerta, sin saber que era tu puerta; la esperanza te reconoce de espaldas, sin haberte visto antes.

Aunque lo que más valoro es que me enseñaste que la esperanza también sabe cuando marcharse y dejar sitio a la realidad.



lunes, 2 de febrero de 2009

Compañeros de Viaje

Ojos pegados, piernas cansadas y cuerpos colgantes sujetos al vaivén de la extraña serpiente.

Una mujer divorciada que sale a ganarse el pan, un escolar que no ha vivido lo suficiente para perder las ilusiones. Espigados y ardientes adolescentes en busca de una mirada cruzada. Un inmigrante que buscaba mejor vida y llegó equivocadamente hasta aquí. Un hombre de negocios encorbatado: mirada arrogante, vida sin sentido.

Un anciano a cargo de su nieto que mira con sorpresa al exterior, escucha con miedo el ensordecedor ruido y huele con repugnancia el sudor del grasiento hombre de su lado.

Vista de una luz amarillenta que afeaba la piel; olor a humanidad y a aceite de maquinaria pesada; gusto a un amanecer demasiado tarde o aun atardecer muy temprano; ruido de los raíles o del silbido entre las ventanillas y tacto... Tacto de una barandilla sudada por sabe quién historia anterior. Tacto por un corazón que late junto al tuyo sin haberlo visto antes...

Cinco sentidos sujetos al vaivén de la extraña serpiente. Historias en sus entrañas libres a tu imaginación. El saludo de un amigo, el detalle de un desconocido o la espalda de un testarudo. ¿Qué más da?

Todos somos iguales allá abajo, cerca del infierno. Dentro de aquella extraña serpiente...

Mario Acosta le gustaba imaginarse las vidas de la gente que entraba y salía del vagón. En cada estación llegaban nuevos y se iban otros. Siempre los mismos. Recordaba la cara de los que se bajaban en tal estación y de los que deberían llegar al vagón en cada estación… Si durante algunos días alguien faltaba, suponía que estaba enfermo. O si era un hombre triste y gris, creía que lo habían despedido… Mario se imaginaba el funeral de aquella anciana que hacía dos semanas que no se montaba en la estación de Antón Martín…